Artículo Negocios y Empresas

¿Por qué las prácticas comerciales del pasado han dejado de tener sentido para las empresas?

Mandar a los comerciales puerta por puerta no tiene sentido en el mundo de la tecnología y en el de la máxima preocupación por la privacidad.

Por Redacción - 17 Noviembre 2016

Una de las prácticas habituales hace unas décadas para vender lo que fuese o para dar a conocer ciertos servicios era el de mandar a los comerciales puerta por puerta. Es la clásica figura del vendedor de enciclopedias, que entraba hasta la sala de casa, se adueñaba del sofá en muchas ocasiones y empezaba a vender los beneficios de contar con esos libros para que los niños pudiesen hacer bien los deberes. En realidad, los vendedores puerta por puerta no son nada nuevo y no son algo que funcionaba solo en las últimas décadas. En España, por ejemplo, en los años 30 ya había vendedoras que iban puerta por puerta vendiendo colecciones de libros y ser vendedora a domicilio era una de las oportunidades laborales que tenían entonces las mujeres.

Ir puerta por puerta era una de las soluciones para dar a conocer productos y servicios de un modo bastante personalizado cuando no había la tecnología necesaria para hacerlo. El teléfono en cada casa no fue algo popular en realidad hasta hace tanto tiempo y el hablar cara a cara con el consumidor no era algo que se pudiese lograr tan fácilmente si no se estaba allí más o menos físicamente. En los últimos años, las ventas a domicilio parecen haber disminuido, o al menos esa era la sensación que teníamos los consumidores. Las enciclopedias han dejado de tener sentido en los años de internet, Google y la Wikipedia y el cara a cara se puede lograr hoy en día en la red. Se puede hablar con alguien tan tranquilamente y tan fácilmente como abriendo la red social de turno.

Los sorprendentes (e inesperados) timbrazos se han quedado para aquellos que vienen a vender alguna promesa de vida eterna o algún otro elemento religioso, para las compañías eléctricas (que parecían ser las únicas aferradas al comercial que va puerta por puerta a alertar de los peligros de la competencia) y al ocasional encuestador del CIS (que sí, se encuentra un consumidor cada miles, pero que existen). Nuestra casa se ha convertido en una especie de lugar sagrado al que ya no vienen los vendedores a prometer nada.

Por ello, no deja de ser sorprendente escuchar un timbrazo, ir a abrir (con una confianza de que no nos van a vender nada muy ligada a la caída de este tipo de comportamientos en los últimos años) y encontrarse a una comercial de una operadora de telefonía, vestida de rojo de pies a cabeza en sintonía con los colores corporativos para anunciar que la fibra óptica de su operadora ya está en nuestro edificio. Resulta difícil cortar el discurso y resulta violento cerrar la puerta en las narices a quien está soltando su discurso (y claramente molestando en un momento en el que no se le puede hacer caso), posiblemente porque los años de relajación ante los vendedores puerta por puerta han hecho que perdamos las técnicas de supervivencia para reducir las interacciones a la mínima opción posible.

"No, no me interesa", se insiste. "De hecho, este contrato de internet ni siquiera es mío", se deja claro para que vean que por mucho que vendan no se tiene ni voz ni voto y que lo mejor es que dejen a una en paz. Cuando se consigue cerrar la puerta y se escucha cómo la comercial intenta vender lo mismo a la vecina de al lado, que igualmente incauta ha abierto la puerta, la experiencia no solo ha dejado un cierto regusto de frustración sino también ha creado una cierta sensación de enfado. ¿Realmente es necesario recuperar esta figura vintage y usarla para vender algo? (Se debería añadir que no solo han mandado a su comercial, los buzones del edificio también estaban llenos de publicidad que anunciaba que la fibra óptica había aterrizado).

Las esferas de la privacidad

La experiencia es molesta y es muy intrusiva. La marca está invadiendo el espacio personal del consumidor, su privacidad, de un modo que resulta incluso más molesto de lo que ocurre con las llamadas de teléfono que a media tarde intentan convencernos de que es mejor el pack X o el pack J (y ante las que da la impresión de que los operadores no comprenden el no me interesa a menos que se les cuelgue el teléfono de malas maneras). La invasión es, en este caso, mucho más personal, porque no solo ocurre de un modo simbólico, como pasa con el teléfono, sino de un modo más físico. Al fin y al cabo, tienes al vendedor en la misma puerta de tu casa, una completa invasión del espacio.

Todo ello deja ver que las marcas aún no han comprendido muy bien cómo se mueven las esferas de privacidad y cómo los consumidores se sienten no solo agraviados sino también en cierto modo asaltados cuando las marcas invaden ciertos límites. Hay ciertas fronteras que no se deben cruzar y hay ciertos elementos que no se deben invadir.

La cuestión es todavía más importante ahora que nunca porque los consumidores son cada vez más sensibles en lo que toca a las cuestiones de privacidad. Internet (y el hecho de que estemos más expuestos que nunca y que las marcas usen esos datos más que nunca) han aumentado la sensibilidad de los consumidores ante este tema y han hecho que las cosas se hayan convertido en material más sensible. Ahora aceptamos mucho menos las invasiones en nuestra privacidad y somos mucho más rápidos a la hora de saltar frente a ellas.

Los métodos del pasado son ya demasiado abusivos

Y esto hace que los métodos del pasado sean mucho menos "usables" de lo que antes eran. Lo que antes nos podía parecer normal o lo que estábamos dispuestos a aceptar por muchas y muy variadas razones (al final, nos parecía una falta de educación cerrarle la puerta en las narices al pobre - aunque molesto - vendedor) ahora nos parece completamente inaceptable, una práctica completamente abusiva y un lastre más para la identidad de la marca en cuestión que protagoniza esa práctica. Que la operadora de turno venga a decirnos lo que sea sobre su fibra óptica en la puerta de nuestra casa ya no es simplemente uno más de los problemas de la vida moderna, es ya una razón para nunca darnos de alta con ellos.

Estas prácticas no solo deberían ser cortadas de raíz por ello sino que además deberían ser tenidas menos en cuenta en un mundo en el que las nuevas tecnologías han hecho que resulten mucho menos relevantes. En un mundo en el que las marcas pueden conocer a sus consumidores con todo lujo de detalle y en el que las herramientas tecnológicas permiten personalizar el mensaje y hacerlo relevante sin que el consumidor sea prácticamente consciente de ello y sin que resulte molesto, enviar al vendedor a cantar las loas de la marca a la puerta del consumidor, como si fuese la igualmente vintage tuna, carece de sentido.

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