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Los consumidores españoles entran en una fase en la que no levantan cabeza

Por Redacción - 12 Mayo 2011

El ambiente de crisis no sólo se mantiene, sino que además se adereza con oscuras perspectivas de empleo, la precariedad de las economías domésticas y la certeza de que la situación irá para largo. Los consumidores, simplemente, se sienten agotados

Los consumidores parecen arrastrar una bola de plomo. El Índice de Comportamiento del Consumidor de Millward Brown, está rozando el fondo desde noviembre, con leves oscilaciones que en abril vuelven a situarlo en uno de sus puntos más bajos. Hay que reseñar que el trabajo de campo con el que se recogieron las opiniones de los consumidores se realizó en la semana del 25 de abril, es decir, a la vuelta de una semana santa que, a partir de los datos de ocupación, ha supuesto un incremento de la actividad. En teoría esto hubiera debido traslucir un cierto desahogo. Ni por esas. Los consumidores se mueven en un ambiente depresivo. Sólo cabe concluir que se aguarda que algún acontecimiento conecte la economía española a la recuperación europea o, más probablemente, a que un cambio político de algún signo desbloquee la sensación de falta de dirección y empantanamiento. Entretanto, los consumidores parecen agotados.

En este clima general, los datos que vamos a exponer aportan tres elementos. De un lado, un leve repunte en el gasto de los hogares, que pudiera ser una tenue luz, siquiera sea alimentada por la estacionalidad, pero también pudiera ser un reflejo de la inflación. En paralelo, se presienten inquietantes nubarrones sobre el empleo. Además, los datos indican que la crisis se está filtrando a las economías familiares haciéndose cada vez más perceptible. Los presupuestos de las familias, sobre todo en los sectores de clase media y media baja, ya no pueden soslayar el impacto de la crisis. Vayamos por partes.

COMO UNA BOLA DE PLOMO

Los consumidores parecen arrastrar una bola de plomo. El Índice de Comportamiento del Consumidor de Millward Brown, está rozando el fondo desde noviembre, con leves oscilaciones que en abril vuelven a situarlo en uno de sus puntos más bajos. Hay que reseñar que el trabajo de campo con el que se recogieron las opiniones de los consumidores se realizó en la semana del 25 de abril, es decir, a la vuelta de una semana santa que, a partir de los datos de ocupación, ha supuesto un incremento de la actividad. En teoría esto hubiera debido traslucir un cierto desahogo. Ni por esas. Los consumidores se mueven en un ambiente depresivo. Sólo cabe concluir que se aguarda que algún acontecimiento conecte la economía española a la recuperación europea o, más probablemente, a que un cambio político de algún signo desbloquee la sensación de falta de dirección y empantanamiento. Entretanto, los consumidores parecen agotados.

En este clima general, los datos que vamos a exponer aportan tres elementos. De un lado, un leve repunte en el gasto de los hogares, que pudiera ser una tenue luz, siquiera sea alimentada por la estacionalidad, pero también pudiera ser un reflejo de la inflación. En paralelo, se presienten inquietantes nubarrones sobre el empleo. Además, los datos indican que la crisis se está filtrando a las economías familiares haciéndose cada vez más perceptible. Los presupuestos de las familias, sobre todo en los sectores de clase media y media baja, ya no pueden soslayar el impacto de la crisis. Vayamos por partes.

LA CRISIS ALCANZA A LAS FAMILIAS.

La valoración de la situación económica familiar en los próximos seis meses es, en este momento, el dato clave de los componentes del índice. La observación en paralelo de los tres componentes del índice permite entrever varias fases en la dinámica de pérdida de confianza de los consumidores:

  • Entre mediados de 2008 y enero de 2010 se desplomó la opinión sobre la situación de la economía del país, para no recuperarse desde entonces.
  • Desde finales de 2009, con vaivenes, se registra un (segundo) descenso en la valoración del momento para realizar grandes compras, efecto a la vez de la entrada en una fase deflacionaria de la economía –con IPCs negativos- y, después, por una aversión al riesgo creciente.
  • Desde septiembre de 2010, superpuestas a las anteriores, se va haciendo tangible el impacto de la crisis en las economías de los hogares, que empiezan a sentirse más débiles cada vez, impotentes de frenar sus efectos sobre sus niveles de vida y consumo. La erosión de las economías familiares comienza también en septiembre de 2009, un punto de inflexión que abre una tendencia que todavía causa estragos.

LA RECUPERACIÓN SE ALEJA

Como es natural dada la dinámica descrita, en el discurso económico de los ciudadanos domina la idea de que la recuperación se aleja. En una opinión tan cualitativa, recogida con los estandarizados instrumentos de una encuesta es lógico que se produzca alguna oscilación, como ha sucedido en abril; pero no es relevante –no afectará a la tendencia-. El pesimismo recubre la visión de la situación económica.

EL ESPECTRO DEL DESEMPLEO CRECE

Junto con la filtración de la crisis en las economías domésticas, que sugiere que a la destrucción de empleo se añade la terminación de las ayudas públicas, el elemento más inquietante es la muy negativa opinión sobre el futuro del desempleo. En el Survey of Consumers de la Universidad de Michigan se incluye esta pregunta: “Y hablando de desempleo, ¿cree usted que dentro de doce meses, un año, habrá más desempleo que ahora, el mismo o menos?”.

Las respuestas tienen una alta correlación con la evolución del empleo, anticipándola un par de meses1. Hasta ahora no habíamos incluido esta pregunta, lo que se hizo en abril. Si en España se cumple este patrón, en los próximos meses podemos asistir a una destrucción de empleo alarmante.

Más del 40% de los consumidores piensa que habrá más desempleo en los próximos doce meses. Es obvio que los consumidores no ven el final de la destrucción del tejido productivo.

LA REACCIÓN DE LOS CONSUMIDORES

¿Qué puede hacer un consumidor con el cuadro descrito? Ante todo reducir los riesgos. La aversión al riesgo se ha convertido en un factor estructural, ha ido creciendo con el paso de los meses, dibujando una curva que refleja el desencadenamiento de la crisis, las expectativas de recuperación y la recaída en ella en el último año y medio.

Aunque estos indicadores se mueven en décimas, su trayectoria es inequívoca. Todo lo demás son emanaciones de esta aversión al riesgo, que se traduce en repliegue hacia el ahorro, control del consumo, la preeminencia del precio como criterio de compra, la postergación de la decisiones de consumo y la deslealtad ante las marcas. En suma, el cuadro que se ha hecho familiar.

Descendiendo al detalle. Se mantiene la preferencia por las marcas de la distribución que se ha definido en los últimos meses frente a las fabricantes, que también se ha convertido en un elementO estructural. Esta idea se complementa con la de que es un momento para reducir los niveles de consumo, otra vez al alza.

Hay que pensar que estas tendencias se mantendrán e incluso aumentarán en los meses sucesivos, salvo que algún impulso estacional haga reaccionar la actividad económica. De ser cierta la tesis que se apuntaba de que las familias empiezan a sentir que la inflación arrastra su control de los gastos es plausible suponer que se inclinarán más por el precio como variable de decisión.

A contracorriente de la idea de débil reactivación del consumo siquiera sea estacional, opera la percepción del momento para realizar compras. La tendencia sigue siendo negativa, lo que inclina a pensar que el incremento de gastos que perciben los consumidores se debe más a la presión de la inflación que a aflojar el control sobre su consumo.

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