Por Redacción - 8 Septiembre 2025
La creación de una marca personal en el deporte de élite trasciende la simple identificación visual para convertirse en una narrativa compleja que, en ocasiones, puede desdibujar la línea entre la autenticidad y la estrategia comercial. El caso del joven futbolista español Lamine Yamal y su logo personal, asociado a la marca Adidas, ilustra de manera contundente esta disyuntiva.
Sin embargo, en su artículo de opinión Víctor Palau, director de Gràffica, invita a una reflexión profunda sobre cómo las grandes corporaciones manipulan la percepción del público a través de la comunicación y el diseño, priorizando un relato de aspiración y cercanía que a menudo no se corresponde con el proceso creativo real. En este entramado, el diseño, la disciplina que debería ser el vehículo de la honestidad visual y conceptual, se ve relegado a una herramienta secundaria, un simple adorno para una historia ya prefabricada.
La premisa de la reflexión de Palau se centra en la disonancia entre la historia que se cuenta y el hecho tangible.
Adidas presenta el logo de Yamal como un emblema creado en colaboración con el jugador, sugiriendo una implicación personal que lo hace más genuino y cercano a sus seguidores. Sin embargo, detrás de esta fachada, la realidad operativa es radicalmente distinta. El proceso de diseño en una corporación de esta envergadura sigue protocolos estrictos y jerarquías bien definidas. No es el genio creativo del futbolista el que da forma al logotipo, sino un equipo de diseñadores, con roles y metodologías precisas, que opera bajo las directrices de una marca global. La narrativa de la co-creación con el atleta es, en este contexto, un ejercicio de marketing; un artificio para generar un vínculo emocional y una sensación de autenticidad en un producto que, por su naturaleza, es una mercancía.

Todo ello abre un debate más amplio sobre el papel del consumidor en esta dinámica. Al aceptar sin cuestionar estas narrativas, la audiencia participa, consciente o no, en la perpetuación de un modelo que despoja al diseño de su profundidad intelectual y al creador de su reconocimiento. El público se convierte en cómplice de un juego de espejos donde la autenticidad es simulada y la emoción se instrumentaliza.
Según el propio Palau, esta manipulación de la narrativa tiene consecuencias significativas para la percepción del diseño y la comunicación. Al presentar el logo de Yamal como un "proyecto personal" del jugador, se devalúa el trabajo de los profesionales que realmente lo concibieron. Se invisibiliza el talento, la experiencia y el esfuerzo de los diseñadores, quienes se convierten en fantasmas detrás de un relato comercial. El diseño deja de ser una disciplina intelectual y creativa, con sus propios méritos y procesos, para ser percibido como un simple servicio, una función puramente instrumental. La sociedad, bombardeada por estas historias edulcoradas, pierde la capacidad de valorar la verdadera génesis de una identidad visual, asumiendo que estas creaciones son el resultado de una inspiración espontánea y no de un riguroso trabajo profesional.
La crítica no es solo a Adidas, sino a la industria en su conjunto, que ha adoptado esta estrategia como un estándar. Los "storytelling" se construyen con una visión unidireccional, donde el usuario final es el receptor pasivo de una historia que busca su adhesión emocional a la marca.
Se explota la figura del atleta, su éxito y su carisma, para transferir esas cualidades al producto y, por extensión, a la corporación. La narrativa de la "autenticidad" se convierte en una herramienta de marketing más, tan calculada y medida como cualquier campaña publicitaria. Esto genera una erosión en la confianza del público, que eventualmente puede percibir que las marcas no venden productos, sino ficciones, historias construidas para la venta.

El alcance de este fenómeno trasciende los límites del diseño y la publicidad, incidiendo directamente en nuestra manera de interpretar la realidad. Cuando las grandes marcas asumen el control del relato, no solo moldean percepciones, sino también imaginarios colectivos y aspiraciones culturales. En este sentido, la crítica de Palau no se restringe al ámbito del diseño gráfico ni al marketing deportivo, sino que interpela a la sociedad en su conjunto: ¿somos capaces de discernir entre lo auténtico y lo fabricado? ¿O hemos normalizado tanto la ficción comercial que la aceptamos sin reparos, porque resulta más atractiva y digerible que la verdad?
La enseñanza que se desprende de este cuestionamiento no apunta únicamente a la ética corporativa, sino también a la responsabilidad cultural compartida: reconocer y valorar la autoría real, exigir mayor transparencia en los procesos creativos y resistir la tentación de aceptar narrativas edulcoradas que reducen la complejidad del diseño a una simple anécdota de marketing.
El caso del logo de Lamine Yamal, con su historia cuidadosamente construida, encarna el símbolo de una época en la que la imagen lo domina todo y la verdad se convierte en un recurso prescindible en favor de la rentabilidad. Esta tendencia abre un debate crucial sobre la ética en la comunicación y en el diseño: ¿dónde se sitúa la responsabilidad de los creadores —ya sean diseñadores, directores de arte o estrategas de marca— en un sistema que privilegia la ficción sobre la autenticidad? La reflexión de Víctor Palau nos invita a mirar con espíritu crítico las narrativas que consumimos y a reivindicar el valor del trabajo creativo que, con oficio y rigor, da forma al mundo visual que habitamos. Porque el diseño no es únicamente lo que se ve, sino también el proceso que lo hace posible, un proceso que exige ser reconocido y respetado.












