Publicidad de comida basura: la invasión silenciosa que moldea hábitos y distorsiona la relación con la comida infantil
Por Redacción - 12 Mayo 2025
En tan solo cinco minutos, la publicidad puede alterar el comportamiento alimentario de un niño. No se trata de una exageración ni de una simple preocupación teórica. Un reciente estudio realizado en el Reino Unido ha evidenciado que bastan unos pocos minutos de anuncios de comida chatarra para que los niños ingieran, en promedio, 130 calorías adicionales en el transcurso del día, el equivalente calórico a dos rebanadas de pan.
El experimento, llevado a cabo con 240 niños de entre siete y quince años en escuelas de Merseyside, pone en evidencia el poder desproporcionado que tiene la publicidad de alimentos ultraprocesados sobre las decisiones alimenticias de los más jóvenes. A cada niño se le mostraron, en dos sesiones distintas, cinco minutos de anuncios de comida chatarra y cinco minutos de anuncios genéricos (no alimentarios). Luego, se les ofreció una merienda y más tarde un almuerzo con opciones dulces, saladas y saludables.
Los resultados fueron contundentes: tras la exposición a los anuncios de comida basura, los niños comieron 58 calorías más en el refrigerio y 73 calorías más en el almuerzo, aunque los alimentos que se les ofrecieron no coincidían con los anunciados. El solo acto de ver u oír la publicidad bastó para despertar en ellos un impulso de comer más.
Este fenómeno no distingue formatos: vídeos, redes sociales, podcasts, vallas publicitarias… todos los canales tienen el mismo efecto pernicioso. “Este es el primer estudio que demuestra que la publicidad de alimentos de marca afecta directamente lo que comen los niños, incluso horas después de la exposición”, explicó la profesora Emma Boyland, especialista en marketing alimentario y salud infantil de la Universidad de Liverpool.
Un sistema publicitario diseñado para manipular
El hallazgo pone en el punto de mira a un sistema de publicidad que, lejos de ser inocuo, tiene efectos fisiológicos y psicológicos palpables. No se trata únicamente de vender productos, sino de inducir comportamientos, de construir hábitos en los más vulnerables, de consolidar una cultura alimentaria que privilegia lo ultraprocesado sobre lo saludable. Y todo esto ocurre bajo la apariencia de entretenimiento o información comercial.
Para los expertos en salud pública, este tipo de publicidad es, en esencia, una forma de manipulación con consecuencias medibles y perjudiciales. “Estamos viendo una brecha legal peligrosa que permite a las empresas seguir bombardeando a los niños con mensajes que los empujan a comer más, y peor”, advirtió Katharine Jenner, directora de la Obesity Health Alliance.

Aunque a partir de octubre entrará en vigor una nueva normativa que restringirá la publicidad de alimentos poco saludables en televisión antes de las 21:00 horas y en internet en cualquier momento, aún persisten vacíos legales que permiten a las marcas seguir atacando por otros frentes: paradas de autobús, redes sociales, campañas de influencers o promociones disfrazadas de contenidos educativos.
Consecuencias que van más allá del plato
El problema no es solo que los niños coman más. Es que lo hacen sin tener hambre real, condicionados por estímulos que despiertan un apetito artificial. Se trata de un desequilibrio profundo entre lo que el cuerpo necesita y lo que el cerebro desea, inducido por colores llamativos, jingles pegadizos y personajes animados diseñados para conquistar a los más pequeños.
La Dra. Helen Stewart, del Real Colegio de Pediatría y Salud Infantil, recuerda que la obesidad infantil sigue siendo una crisis sanitaria activa: “Los niños de las zonas más desfavorecidas tienen tasas de obesidad más del doble que las de sus compañeros. No podremos resolver esta emergencia sin frenar la maquinaria publicitaria que los alimenta”.
Las cifras no dejan lugar a dudas: un simple cambio en los patrones de publicidad puede evitar que 20.000 personas caigan en la obesidad, según estimaciones del propio Departamento de Salud y Asistencia Social del Reino Unido. A esto se suma un beneficio económico potencial de £2 mil millones en ahorro sanitario.
¿Publicidad o programación infantil?
La pregunta de fondo es: ¿hasta qué punto permitiremos que los niños sigan siendo el blanco principal de una industria que prioriza las ganancias sobre la salud pública? Porque, aunque los anuncios parezcan triviales o parte del paisaje cotidiano, lo cierto es que funcionan como verdaderas herramientas de programación conductual.
La publicidad de comida chatarra no solo vende productos: forma hábitos, moldea preferencias, distorsiona la relación con la comida y perpetúa un ciclo de consumo nocivo desde la infancia. Y lo hace con tal eficacia que cinco minutos bastan para modificar el comportamiento de un niño durante todo el día.
Cerrar las lagunas legales, reforzar la regulación y repensar la ética de la publicidad dirigida a menores no es solo una necesidad sanitaria, sino un imperativo moral. La próxima vez que veamos un anuncio de comida chatarra pensado para niños, no deberíamos verlo como entretenimiento... sino como lo que realmente es: una receta para la adicción alimentaria, cuidadosamente elaborada.












