Opinión Inteligencia Artificial

OpenAI construyó el futuro, pero DeepSeek está regalándolo: ¿Quién ganará?

Soy lingüista de profesión. He pasado los últimos 16 años...

La comoditización no es un invento reciente. En infinidad de mercados, alguien introduce una variante más económica o accesible y la supuesta exclusividad que sostenía a los gigantes se viene abajo. En la aviación, las aerolíneas de bajo coste convirtieron el vuelo en un bien masivo; en la industria vinícola, unas pocas marcas como Yellow Tail simplificaron el producto y barrieron el elitismo. Hasta los espectáculos circenses se replantearon con el Cirque du Soleil, que trasladó el foco a la experiencia teatral de sus artistas elásticos y desmontó los costos de un circo que dependía de animales exóticos. La fotografía, otrora un terreno casi de artesanía, se democratizó hasta el límite cuando los smartphones incluyeron cámaras omnipresentes, que convirtieron el hardware especializado en algo genérico.

A menudo, este fenómeno implica que el producto principal se vuelva común y que el valor salte a otros rincones: la atención al cliente, la experiencia, la marca, la comunidad, la red de socios o la posibilidad de adaptarse a necesidades específicas. Microsoft ejemplificó esa jugada cuando estandarizó su sistema operativo y dejó que los fabricantes de hardware se destriparan por conseguir el PC más barato. Con Windows, creó un sistema operativo ampliamente compatible, lo que permitió que múltiples empresas entraran al mercado del hardware de PC y compitieran ferozmente en precio. En lugar de fabricar sus propias computadoras como IBM, Microsoft dejó que los fabricantes se mataran por reducir costos, mientras se aseguraba de ser el estándar ineludible en software. Un efecto parecido tuvo Linux, que nació como un proyecto casi subversivo de colaboración y apertura y acabó dominando el sistema operativo de supercomputadoras, servidores web, nubes públicas y hasta automóviles. El sector automotriz adoptó Automotive Grade Linux y, de ese modo, compartió costos de desarrollo al tiempo que incrementaba las posibilidades de vehículos cada vez más conectados. por su flexibilidad y la colaboración masiva que inspira su apertura.

En la inteligencia artificial, es tentador pensar que la historia se repite. Con ChatGPT, OpenAI conquistó el top of mind del imaginario popular. Se esforzó en presentarlo todo a precios relativamente accesibles, lo que animó a estudiantes, emprendedores e incluso titanes corporativos a utilizar sus servicios. Su API ha funcionado como un anzuelo que captura adeptos y crea una dependencia estructural. Cuando los usuarios empiezan a construir todo su ecosistema alrededor de GPT, trasladarse a otro proveedor resulta engorroso. Entonces, su producto se vuelve una pieza indispensable, y la noción de que “las IA poderosas solo se cocinan con grandes centros de datos y chequeras amplias” acaba reforzando su posición. Sin embargo, la innovación suele morder la mano que la alimenta. Así llegó DeepSeek, una startup china que, en un golpe de audacia, tomó sus avances en inteligencia artificial y los compartió libremente, al modo en que lo haría un tecno-Robin Hood. Su modelo R1, eficiente y muy económico de entrenar, lanzó un dardo envenenado contra la supuesta barrera de entrada de la IA de alto nivel. Para seguir la metáfora de Warren Buffet, el "foso" que protegía la industria quedó en duda. Mucho de lo que se daba por sentado —infraestructuras descomunales, GPUs carísimas, modelos propietarios imposibles de replicar— quedó, de repente, cuestionado por un enfoque ligero y de código abierto. Pese a la perplejidad de analistas que sostenían que China necesitaba chips avanzados de Estados Unidos para competir, DeepSeek demostró que hay formas de optimizar el diseño de redes neuronales sin caer en la trampa de las megaproducciones de silicio.

El temblor repercutió en la bolsa con violentas caídas de empresas como Nvidia, y creó un clima de nerviosismo en los que creían que la IA tendría costos de entrada altísimos que solo unos pocos ungidos de billetes podrían manufacturarla. La sorpresa principal no fue tanto el surgimiento de una firma de Asia, sino la estrategia de ponerlo todo sobre una mesa de tendedor libre. Es la comoditización radical: si el software es gratuito y cualquiera puede jugar con él, lo que antes se vendía como un producto de élite comienza a parecerse a un recurso común, similar al agua corriente que brota del grifo. Todos pueden aprovecharlo, y los que han forjado su negocio en la exclusividad se ven de la noche a la mañana competiendo en un terreno mucho más hostil.

La jugada también tiene tinte geopolítico. Con DeepSeek, China reduce su dependencia de productos y patentes estadounidenses y atrae a desarrolladores ansiosos de un modelo que no los encadene a licencias onerosas. En la práctica, la nación asiática se posiciona como un nodo fundamental de la IA global. Con ello, también pone en jaque la noción de que Occidente lleva siempre la batuta.

En un acto reflejo, OpenAI reaccionó con el lanzamiento de su modelo o3-mini en versión freemium. Con capacidades de razonamiento avanzadas en matemáticas, programación y problemas científicos, se planteó como un contrapeso directo a las virtudes de la R1. El primer contraataque fue su gratuidad para todos los usuarios de ChatGPT, un movimiento destinado a evitar que los curiosos, o incluso los desarrolladores más establecidos, huyan atraídos por la promesa de un DeepSeek sin licencias. Además, el modelo responde con más rapidez y requiere menos recursos de cómputo que sus predecesores, un guiño a las mismas ventajas que han hecho famosa a la R1. Sam Altman, el CEO de OpenAI, aceptó en uno de sus encuentros con la comunidad de Reddit que quizá habían estado “en el lado equivocado de la historia” al no apostar por una estrategia abierta, asumiendo que lo abierto y lo colaborativo podrían otorgar una agilidad que la vía propietaria puede perder en un contexto de competencia tan volátil. En todo caso no parece un cambio de filosofía: o3-mini se lanza desde la trinchera de una empresa privada que no oculta su ánimo de lucro. Resulta difícil no leerlo como una ofensiva para que los usuarios sigan atados a su ecosistema, en lugar de migrar a las alternativas impulsadas por DeepSeek y otros modelos libres que se han ido multiplicando.

Lo fascinante es que la comoditización desplaza el valor. Cuando algo se vuelve un commodity, la plusvalía tiende a migrar hacia otros componentes de la cadena de valor: consultorías, integraciones personalizadas, capas de servicio, ventajas de marca y redes de distribución. Ocurrió con internet: la infraestructura pesada (cables, routers) nunca fue la gran ganadora del salto online, sino las plataformas que se crearon sobre ella (publicidad, comercio electrónico, redes sociales). Google, Amazon y Facebook crecieron mientras otros ponían el cobre y la fibra.

Tal vez la inteligencia artificial viva el mismo desenlace. Resulta posible que empresas como OpenAI o Anthropic vean cómo gran parte del valor se desplace a aquellos que construyen aplicaciones verticales y resuelven problemas concretos, desde la medicina, las finanzas y la educación, hasta logística y los recursos humanos. Es una historia conocida: invertir en infraestructura no garantiza quedarse con la porción más grande de la torta, y a menudo son los creadores de soluciones más cercanas al consumidor final los que recogen la cosecha más jugosa. Al mismo tiempo, no conviene dar por perdido el valor de la infraestructura. Microsoft, ejemplo ilustre, demostró que aunque se perdió la era de la publicidad en internet y la telefonía móvil, pudo recuperar un lugar estelar, con su posterior desembarco en los centros de datos que alimentan la computación en la nube.

La moraleja es que ninguna posición privilegiada está seguro cuando alguien descubre cómo abaratar lo que parecía imposible. Los dominadores pueden encogerse de hombros un tiempo, pero si la inercia los vence, terminan ahogados en un escenario que ya no gira en torno a ellos. DeepSeek hoy oficia de acelerador de esta transición en la IA, del mismo modo que otras voces irreverentes lo hicieron en la aviación, el vino o los servicios en línea. Tarde o temprano, todo sector descubre que la comoditización puede ser un arma demoledora o una alfombra roja hacia la innovación, dependiendo de quién la utilice y con cuánta audacia. La estrategia, al final, es un ejercicio de creatividad constante.

Soy lingüista de profesión. He pasado los últimos 16 años...
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