Por Redacción - 20 Febrero 2025
Es evidente que ante una sociedad donde la desigualdad económica es prominente, las marcas y empresas se han adaptado para dirigirse a diferentes segmentos de consumidores. Mientras que muchos enfrentan dificultades financieras, las marcas aún logran captar la atención y el dinero de quienes tienen recursos. Esto se debe en parte a la estrategia de segmentación de mercado, que incluye productos de lujo o premium para aquellos con mayor poder adquisitivo, sin dejar de lado opciones más asequibles para el resto.
Lo que para algunos parece un lujo inaccesible, para otros puede ser simplemente una compra impulsiva o un capricho sin mucho peso en su economía. En el fondo, se trata de una diferencia de percepción y prioridades. Las marcas suelen capitalizar en esa mentalidad al posicionar productos como "exclusivos" o "deseables", creando un aura de estatus alrededor de ellos. Esto hace que quienes pueden permitírselo no lo vean como un gasto exorbitante, sino como una forma de satisfacer un deseo personal o un símbolo de éxito.
En fenómeno social de la “desaparición” de las clases medias y el incremento de la brecha entre ricos y pobres están generando una mayor tensión. Muchas marcas, en busca de márgenes más altos, han elevado precios de productos que antes eran accesibles para una franja más amplia de la población, lo que ahora resulta difícil de justificar para aquellos que no pueden permitírselo. Este aumento en los precios no solo genera críticas sobre la "desproporción" de ciertos productos, sino que también plantea preguntas sobre la ética de las marcas en un contexto de creciente desigualdad. Las quejas de los consumidores son válidas, ya que muchos sienten que las marcas se están aprovechando de la situación económica para maximizar sus ganancias, mientras que los productos pierden valor en términos de calidad percibida. Algunos incluso se están moviendo hacia marcas más responsables y que promueven la sostenibilidad, pero esa opción no siempre es accesible para todos.
Los productos de las grandes marcas están cada vez más lejos del alcance de muchos consumidores, especialmente los modelos de gama alta.
Por ejemplo en el sector de consumo tecnológico en España, el iPhone 16 Pro Max puede llegar a superar los 1.900 euros, un precio que ha desatado una creciente frustración entre los usuarios. Aunque el modelo ofrece tecnologías avanzadas y mejoras significativas, muchos consideran que estas no justifican el elevado coste, especialmente cuando se comparan con versiones anteriores que ofrecían características similares a precios más asequibles. Un ejemplo similar es el Samsung Galaxy S25 Ultra, cuyo precio en España puede superar los 1.800 euros. Con características de última generación, como un potente procesador con inteligencia artificial y una cámara avanzada, el teléfono sigue siendo inaccesible para muchos, a pesar de sus especificaciones premium.
En el ámbito de las tarjetas gráficas, la GeForce RTX 5090 en España tiene un precio superior a los 2.300 euros, lo que la convierte en una opción extremadamente cara. Aunque su rendimiento la posiciona como la más potente del mercado, su precio no está exento de críticas, especialmente por la escasez de stock y el auge de revendedores que aprovechan la alta demanda para inflar aún más los precios. Esta tendencia resalta la desconexión entre el valor real de los productos y su accesibilidad para un número creciente de consumidores, lo que aumenta el malestar y las críticas hacia las marcas.
Esta tendencia a elevar los precios, sin una justificación clara para muchos, ha alimentado la frustración entre los compradores que perciben que, a pesar de la innovación, el valor real del producto no corresponde al desembolso necesario.
Como alternativa, las grandes marcas han lanzado diferentes gamas de productos para intentar dar acceso a una mayor variedad de consumidores. Sin embargo, a pesar de contar con opciones más asequibles, los modelos de gama alta siguen siendo notablemente caros. Esto se debe a que las marcas saben perfectamente cómo funciona la psicología del mercado. Tal como refleja el propio titular, "En un mundo de pobres, siempre hay gente con dinero", y las marcas no solo buscan satisfacer una demanda general, sino también aprovechar los nichos de mercado dispuestos a pagar precios elevados por lo último en tecnología, exclusividad o estatus.
Aunque muchas marcas ofrecen versiones más económicas de sus productos, las de gama alta continúan siendo un referente de lujo y aspiración, ya que están diseñadas para aquellos consumidores con poder adquisitivo, sin importar el creciente desajuste con las necesidades del resto de la población.
Quizás en países como España, donde antes predominaban las clases medias, este escenario se intensifica aún más y se hace mucho más evidente cuando incluso cuesta ahorrar o llegar a fin de mes. Acostumbrados a lo mejor, muchos consumidores ahora se ven obligados a conformarse con comprar versiones más económicas de productos que antes podían permitirse sin tanto sacrificio. Este cambio en el panorama económico ha generado una creciente disparidad, donde una parte de la población puede seguir accediendo a lo último en tecnología y lujo, mientras que otros deben conformarse con opciones de menor calidad o, en algunos casos, con productos que ya no responden a sus expectativas. Este contraste resalta la creciente división social, donde los avances y la innovación parecen estar al alcance solo de unos pocos, mientras que la mayoría lucha por mantenerse al día con los precios cada vez más elevados.
Pero seamos sinceros, aunque podemos quejarnos de nuestro estatus social o poder adquisitivo, no nos engañemos, las marcas están principalmente para generar ventas y beneficios. Su objetivo no es necesariamente ofrecer productos accesibles para todos, sino maximizar su rentabilidad. Las marcas saben que un segmento del mercado está dispuesto a pagar precios elevados por exclusividad, calidad y tecnología de punta. Por eso, apuestan por crear productos premium que refuercen esa imagen de lujo y estatus, mientras que las opciones más asequibles sirven para captar al resto del público. Básicamente, las marcas responden a las reglas del mercado, donde la demanda de ciertos productos de alta gama se mantiene, y su estrategia es aprovechar este deseo para seguir generando ingresos, independientemente de las quejas sobre la falta de accesibilidad para los consumidores de clases medias o bajas.