Por Redacción - 22 Enero 2025
Los bulos comerciales dirigidos contra productos o marcas de la competencia son un fenómeno creciente que afecta a diversas industrias en todo el mundo. Este tipo de prácticas, que incluyen la difusión de información falsa o tergiversada, buscan dañar la reputación de una marca para influir negativamente en la percepción de los consumidores y, por ende, en sus decisiones de compra. Aunque su implementación puede parecer inicialmente efectiva para quien la promueve, las consecuencias legales y éticas pueden ser devastadoras tanto para la marca atacada como para el perpetrador.
Estudios de mercado han revelado que cerca del 75% de las grandes empresas han enfrentado al menos una campaña de desinformación que impactó directamente su imagen o la percepción de sus productos.
Los bulos comerciales han impactado a numerosas marcas de renombre, generando crisis de reputación y desconfianza entre los consumidores.
Sectores como la alimentación y bebidas, la tecnología y electrónica, los productos de cuidado personal y la industria farmacéutica están entre los más afectados por estas tácticas desleales. Algunos casos emblemáticos han tenido un alcance global: el rumor sobre gusanos en productos de McDonald's generó una disminución significativa en sus ventas en varios países, mientras que la desinformación que afirmaba que Coca-Cola podía disolver metales intentó erosionar la confianza de los consumidores en la marca. De igual manera, bulos sobre ingredientes dañinos en productos de cuidado personal han perjudicado la reputación de varias empresas líderes del sector.
En el sector de cuidado personal, Nivea fue objeto de un rumor que aseguraba que sus cremas contenían sustancias cancerígenas. Este falso mensaje obligó a la marca a reforzar sus campañas de comunicación para asegurar a los consumidores la seguridad de sus productos, evidenciando cómo la desinformación puede erosionar la confianza en industrias sensibles. Un fenómeno similar ocurrió con marcas de cosméticos como L'Oréal, acusada de incluir plomo en sus lápices labiales. A pesar de que las autoridades regulatorias desmintieron estas afirmaciones, el daño a la percepción pública fue significativo, subrayando la vulnerabilidad del sector ante este tipo de rumores.
En la industria alimentaria, Nestlé enfrentó acusaciones sobre la contaminación de su leche infantil con melamina, un caso originado en China pero que se propagó globalmente, afectando la confianza en sus productos.
Marcas como Samsung enfrentaron el desafío de los rumores alrededor del Galaxy Note 7, un dispositivo que presentó problemas reales con baterías defectuosas. Sin embargo, los bulos amplificaron la crisis, al afirmar que los dispositivos explotaban en aviones. Esta exageración obligó a la compañía a realizar retiradas masivas y enfrentarse a una dura batalla para restaurar su credibilidad. Otras marcas icónicas como Starbucks y Nutella también han sido blanco de desinformación. Starbucks fue acusada de utilizar aditivos peligrosos y de financiar causas políticas controvertidas, generando llamados al boicot. Por su parte, Nutella enfrentó un bulo que aseguraba que el aceite de palma usado en su receta era cancerígeno, lo que resultó en una fuerte caída de ventas antes de que la empresa pudiera desmentir la información con campañas educativas.
El impacto económico de estas campañas es considerable y se estima que las empresas pueden experimentar una caída en las ventas de entre un 5% y un 20% como resultado de estos ataques. Adicionalmente, el costo promedio de gestionar una crisis de reputación derivada de bulos asciende a aproximadamente 500,000 dólares. Para mitigar los efectos de estas campañas, las compañías destinan entre un 10% y un 15% de su presupuesto de marketing a la gestión de reputación, un gasto que podría haberse empleado en actividades más productivas.
Las redes sociales se posicionan como el principal canal de propagación de estos bulos
Plataformas como Facebook, Twitter e Instagram permiten la rápida difusión de rumores que, a menudo, apelan a las emociones de los usuarios para ganar tracción. Otros medios como WhatsApp, correos electrónicos en cadena y sitios web falsos también desempeñan un papel importante en la circulación de estas falsedades. La facilidad con la que estos mensajes pueden ser compartidos ha convertido a la desinformación en un desafío para la reputación corporativa.
La transformación de los bulos comerciales en "fake news" es un fenómeno que ha alarmado a gran parte de la población. Según encuestas recientes, el 70% de los encuestados opina que las redes sociales, como Facebook y X, deben moderar y confirmar la veracidad de las informaciones, mientras que los gobiernos deben legislar para combatir la proliferación de noticias falsas. Sin embargo, casi la mitad de los participantes no está de acuerdo con las medidas impulsadas por el Ejecutivo español en este ámbito. Más de un 80% cree que las "fake news" han aumentado en el último año, y un 90% está inquieto por el impacto que la inteligencia artificial podría tener en la creación y credibilidad de este tipo de contenidos.
Casi un 40% de los españoles admite no estar capacitado para distinguir un bulo de una noticia real, mientras que otro 40% considera que sí lo está. Además, un 82% opina que los menores no están recibiendo la formación necesaria para distinguir los hechos de los bulos en la sociedad de la información. Este dato cobra relevancia en un contexto donde el 89% de los encuestados afirma haber recibido alguna vez información que luego resultó ser un bulo, aunque el 66% asegura que no creyó en el rumor al momento de recibirlo.
Las redes sociales son la fuente principal para el 76% de los encuestados, seguidas por los medios de comunicación (40%) y contactos personales mediante mensajería instantánea, correos electrónicos o conversaciones cara a cara (35%). Un 55% de los participantes considera que las redes sociales son el caldo de cultivo más prolífico para la desinformación, aunque un 33.5% opina que las "fake news" proliferan tanto en redes como en medios tradicionales.
Las preocupaciones varían entre generaciones. Los jóvenes de entre 18 y 35 años se muestran más inquietos por la proliferación de noticias falsas en redes sociales (26%), mientras que en la franja de 35 a 49 años esta preocupación desciende al 20% y al 16% entre los mayores de 50 años. Esto evidencia cómo los hábitos de consumo de información influyen en la percepción del problema. Frente a este escenario, las empresas y marcas deben adoptar estrategias preventivas y reactivas para proteger su imagen. La monitorización constante de menciones en línea, la promoción de campañas educativas para desmentir rumores y la colaboración con plataformas digitales para eliminar contenido falso son pasos esenciales. Asimismo, la legislación sobre competencia desleal y difamación puede proporcionar herramientas para que las marcas atacadas emprendan acciones legales contra los responsables de estas prácticas.
Teniendo en cuenta que la confianza de los consumidores es un activo fundamental, los bulos comerciales no solo afectan a las empresas individuales, sino también al ecosistema empresarial en su conjunto. Combatir la desinformación y fomentar una competencia ética es una tarea que involucra tanto a las empresas como a los reguladores y a los propios consumidores, quienes juegan un papel clave al verificar la veracidad de la información antes de compartirla.