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Expertos en diseño critican la nueva identidad visual del Ayuntamiento de Madrid por su opacidad y falta de ambición conceptual

El debate de la marca madrid: cuando la simplificación gráfica abre una grieta política y creativa

Por Redacción - 25 Noviembre 2025

La reciente modificación de la identidad visual del Ayuntamiento de Madrid, anunciada a finales de noviembre de 2025, ha generado una inmediata y profunda división de opiniones, extendiéndose más allá de la esfera política para instalarse de lleno en el corazón de la comunidad creativa y del diseño.

La renovación, justificada oficialmente por la necesidad de adaptar la enseña municipal a los requerimientos de la comunicación contemporánea y los formatos digitales, ha sido recibida con escepticismo por parte de numerosos profesionales que ven en este movimiento una oportunidad perdida para la capital, una ciudad que, por su peso histórico y cultural, requiere una reflexión estratégica y un mimo en su representación gráfica que muchos consideran ausente en la propuesta final. Este proceso de actualización, lejos de ser un mero ejercicio estético, se ha convertido en un termómetro de las tensiones sobre la neutralidad institucional y la calidad del diseño público en la administración española.

El discurso oficial ha pivotado sobre dos premisas fundamentales: la simplificación y el pretendido “coste cero”. Desde el Consistorio se ha insistido en que el nuevo grafismo mantiene los elementos heráldicos esenciales —el oso, el madroño, las siete estrellas y la corona—, pero despojados de la recargada formalidad anterior, transitando hacia un minimalismo necesario para la rápida comprensión y la versatilidad en soportes móviles. La elección de la tipografía "Chulapa", inspirada en la caligrafía histórica de las placas del callejero, se presenta como un anclaje a la tradición local.

Sin embargo, la afirmación de que el proyecto ha sido ejecutado por la Dirección General de Comunicación sin incurrir en costes externos levanta serias dudas entre los expertos. Si bien el desembolso directo a una agencia externa pueda ser nulo, la inversión de horas de trabajo de funcionarios de alta cualificación, desviadas de otras funciones esenciales de la gestión pública, representa un coste de oportunidad ineludible que debería formar parte de la transparencia de cualquier proyecto de esta índole. La noción de "coste cero" en proyectos de branding tan sensibles tiende a simplificar la complejidad de la gestión de activos intangibles y a menoscabar el valor del diseño profesional estratégico.

Uno de los aspectos más criticados y que ha encendido la mecha del debate reside en el marcado acento cromático de la nueva identidad.

La sustitución gradual de tonos históricos, como el rojo carmesí o granate, por un predominio del azul ha sido calificada por muchos analistas como una "azulización" de la imagen de la capital. Esta tendencia no es casual; se ha observado en otros ayuntamientos regidos por el mismo color político, lo que suscita una preocupación legítima sobre la instrumentalización de la marca ciudad. Una marca institucional debería trascender las legislaturas y las adscripciones ideológicas, operando como un paraguas de neutralidad bajo el cual todos los ciudadanos puedan sentirse representados, independientemente de sus preferencias políticas. Cuando la paleta de colores de un símbolo de representación popular se alinea de manera tan evidente con la de un partido, se corre el riesgo de erosionar la conexión cívica y patrimonial, transformando la identidad visual de todos en la identidad visual de unos pocos. El diseño, en este contexto, deja de ser un vehículo de cohesión para convertirse en un potencial elemento de polarización.

En el plano estrictamente formal y estratégico, la sensación generalizada en el establishment creativo es de decepción ante la opacidad del procedimiento.

Numerosas voces han lamentado que se haya optado por un "proceso opaco y a dedo", tal como lo ha calificado la oposición política, en lugar de convocar un concurso público o una licitación que permitiesen concurrir a los mejores talentos del diseño nacional e internacional. Madrid, como foco de vanguardia y capital de la creatividad, merecería un proceso de selección abierto que garantizase la excelencia y el consenso. Los profesionales entienden que una actualización identitaria de esta magnitud, que debe perdurar en el tiempo y proyectar la imagen de la ciudad globalmente, requiere la máxima dedicación y un profundo estudio de la semiótica visual y el testing. La ejecución minimalista, aunque funcional para el ámbito digital, carece, según la crítica más especializada, de la hondura conceptual y la carga emocional que diferencian un mero logotipo de una marca robusta y con alma. Es la diferencia entre un simple pictograma y un símbolo que evoca la historia y el carácter del lugar.

El resultado final, aunque simplificado y técnicamente limpio, se percibe como una oportunidad dilapidada para inyectar a la marca municipal el "cariño y trabajo" que, según los creativos, la metrópolis demanda.

La fluidez de la lectura continua del nuevo emblema es alta, pero su capacidad para generar resonancia y pertenencia queda en entredicho. En última instancia, la identidad visual de una administración pública no es únicamente una pieza gráfica; es una declaración de intenciones, un documento estratégico que comunica valores y unifica narrativas. La gestión de esta marca exige rigor profesional, neutralidad política y, sobre todo, un respeto inquebrantable por el patrimonio simbólico acumulado. La polémica que rodea este lanzamiento subraya, por tanto, una vieja lección: en la comunicación pública, la forma es inseparable del fondo, y un diseño pobre, o uno percibido como sesgado o impuesto, puede terminar costando a la ciudad mucho más que cualquier presupuesto económico. La ciudad espera ahora que el tiempo y la aplicación práctica del nuevo sistema gráfico demuestren que su sencillez visual esconde una estrategia de marca sofisticada y duradera, algo que, por el momento, resulta difícil de discernir.

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