La nueva economía del comportamiento y de cómo la IA redefine los fundamentos de la elección humana
Por Redacción - 6 Octubre 2025
La irrupción de la Inteligencia Artificial se compara, por su magnitud transformadora, con la llegada de la máquina de vapor o la electricidad, marcando una revolución en la economía global que afecta profundamente al estudio de la economía del comportamiento.
Esta disciplina, que tradicionalmente ha examinado las desviaciones humanas de la racionalidad pura, se encuentra ahora con una herramienta que no solo predice mejor esos sesgos, sino que también tiene la capacidad, sin precedentes, de influir en ellos a gran escala. La IA, actuando sobre vastos conjuntos de datos, ha adquirido una habilidad singular para desentrañar patrones de comportamiento que resultaban invisibles para el análisis humano, identificando esas "variables ocultas" que impulsan nuestras decisiones diarias, transformando así la investigación y la aplicación práctica de la ciencia conductual en un área de crucial relevancia para el presente y futuro económico.
La sinergia entre la IA y la economía del comportamiento da lugar a una arquitectura de la decisión completamente nueva, donde el concepto de nudge o "pequeño empujón", popularizado por Richard Thaler y Cass Sunstein, adquiere una dimensión hiperpersonalizada.
Los sistemas inteligentes son capaces de analizar las preferencias individuales y el contexto situacional en tiempo real, diseñando intervenciones sutiles que guían a los individuos hacia decisiones que se consideran beneficiosas, ya sea para ahorrar para la jubilación, consumir menos recursos o fomentar la participación cívica. Esta personalización extrema, impensable hace apenas unos años, se materializa en recomendaciones de productos de consumo, listas de reproducción musicales o la misma estructura de las plataformas digitales, que ordenan las opciones en función de la relevancia o activan sesgos psicológicos como la escasez o la prueba social para influir en la compra.
Sin embargo, esta poderosa capacidad de moldeo conductual presenta dilemas éticos y sociales que exigen una respuesta normativa urgente por parte de gobiernos y organismos internacionales. Si bien la IA promete una mayor eficiencia y una optimización de recursos, además de una reducción potencial de errores humanos y de sesgos en la toma de decisiones operativas, la creciente delegación de tareas a algoritmos plantea una seria preocupación sobre la autonomía de la voluntad humana. La opacidad de muchas de estas "cajas negras" algorítmicas —sistemas cuyo funcionamiento interno resulta incomprensible incluso para sus creadores— colisiona con el principio de aversión a la ambigüedad inherente al ser humano, que prefiere riesgos conocidos a los desconocidos. Es fundamental determinar hasta qué punto la sociedad está dispuesta a aceptar que decisiones importantes, que afectan a aspectos clave de la vida, sean tomadas o guiadas por sistemas que no ofrecen total transparencia en su razonamiento.
A lo largo del presente año, 2025, y de cara a los próximos ejercicios, se observa que la confianza se está convirtiendo en la "nueva moneda" de la economía digital. La proliferación de deepfakes y los persistentes sesgos algorítmicos en los datos de entrenamiento están mermando la fe pública en estos sistemas, lo que requiere un nuevo liderazgo empresarial y gubernamental capaz de construir arquitecturas de confianza basadas en valores compartidos, la claridad y la consistencia de los sistemas.
El éxito en la adopción de la IA no dependerá únicamente de la tecnología más avanzada, sino de cómo se integre en la interfaz IA-humano, asegurando que el ingenio humano continúe aportando el contexto ético, la creatividad y la visión estratégica, mientras la máquina se encarga de la velocidad y el análisis de grandes volúmenes de datos. La redefinición del rol humano en la toma de decisiones es, por tanto, una tarea de integración estratégica y de desarrollo de nuevas competencias.
En el ámbito macroeconómico, la IA se consolida como un acelerador de la productividad y el crecimiento, con proyecciones que cifran su potencial contribución en billones de dólares a la economía mundial en las próximas décadas.
Esta transformación, no obstante, está reconfigurando la estructura del empleo y los flujos de capital. Aunque la IA potencia la productividad del trabajador individual, creando figuras como la del «Superagency» —personas empoderadas por la tecnología para maximizar su creatividad—, también se observan riesgos significativos de sustitución de mano de obra en sectores como el industrial.
El aumento de ingresos y salarios en los sectores más expuestos a la IA pone de manifiesto que la tecnología está valorizando las habilidades digitales avanzadas, impulsando una aceleración en la necesidad de nuevas competencias, mientras que la inversión en IA se concentra de manera desigual, un fenómeno que podría exacerbar las desigualdades económicas ya existentes. Por ello, la adaptación del mercado laboral y la formulación de políticas públicas que gestionen estas transiciones asimétricas son esenciales para garantizar que el progreso tecnológico redunde en un bienestar social generalizado, en lugar de un beneficio concentrado en unos pocos sectores o regiones, un desafío particularmente relevante para regiones como la Unión Europea y España.











