
El Marketing medieval de reliquias y los huesos del "Dragón" de San Jorge que forjaron una leyenda
Por Redacción - 12 Mayo 2025
En plena Edad Media, mucho antes de que existieran los departamentos de publicidad o los estudios de mercado, las comunidades religiosas ya entendían el valor de atraer públicos y diferenciarse. Las iglesias no solo eran centros de fe, sino también nodos económicos y sociales que competían entre sí por la atención de los fieles. En un mundo en el que los peregrinos eran también consumidores, el marketing —aunque no se llamara así— se desarrollaba con intuición, narrativas y símbolos poderosos.
Una de las estrategias más eficaces de este “marketing de la fe” fue el uso de reliquias como reclamo espiritual. Cuanto más extraordinaria fuera la reliquia, más visitantes y limosnas generaba. En Inglaterra, algunas iglesias fueron más allá de las clásicas astillas de la cruz o huesos de santos, y comenzaron a exhibir restos óseos gigantescos —normalmente de ballenas o mamuts— que presentaban como los huesos del dragón vencido por San Jorge. El mito cobraba vida. No bastaba con contar la leyenda; se necesitaba una prueba física, una experiencia visual capaz de impresionar al peregrino y convertir la fe en espectáculo.

Esta operación, vista desde una óptica contemporánea, revela una estrategia de posicionamiento simbólico brillante. La figura de San Jorge, patrón de Inglaterra y héroe cristiano, se convirtió en una especie de marca nacional: una identidad visual clara (el caballero con la cruz roja), un relato épico (la lucha contra el dragón) y un valor emocional profundo (la victoria del bien sobre el mal). Las iglesias que se alineaban con ese relato reforzaban su propio atractivo y generaban una narrativa diferencial. Se trataba, en esencia, de crear un “producto espiritual” con un storytelling envolvente y una puesta en escena inolvidable.

Lo que comenzó como una mezcla de devoción, mito y estrategia territorial terminó convirtiéndose en una auténtica leyenda europea. La historia de San Jorge y el dragón fue adoptada y reinterpretada en distintos reinos, cada uno dotándola de matices locales pero manteniendo su potencia simbólica intacta. Con el tiempo, la leyenda se instaló en el imaginario colectivo no solo a través de la palabra, sino también gracias al arte.
Y ahí entra otro componente clave del éxito de esta narrativa: su visualización. A lo largo de los siglos, la escena del caballero matando al dragón se replicó en innumerables formatos: esculturas, frescos, vitrales, manuscritos, tapices y pinturas. No se trataba solo de decorar iglesias o palacios, sino de reforzar una historia reconocible, una imagen poderosa que atravesaba generaciones. Desde iglesias rurales hasta catedrales góticas, la iconografía de San Jorge se convirtió en sinónimo de coraje, fe y redención. En términos modernos, fue una campaña de branding visual tan efectiva que sobrevivió más de mil años.

Incluso los elementos de esa narrativa funcionaban como una especie de embudo emocional: primero la atracción visual de los huesos gigantes, luego la historia del dragón vencido, después la promesa de protección espiritual. Era un viaje simbólico del usuario, como diríamos hoy, que combinaba emoción, experiencia y fidelización. No sorprende que San Jorge acabara siendo no solo un símbolo religioso, sino también un icono cultural adoptado por reinos enteros, como Inglaterra o Aragón, y representado una y otra vez como un arquetipo de héroe universal.
Así, lo que comenzó como una estrategia para atraer peregrinos terminó formando parte del ADN visual y narrativo de Occidente. En perspectiva, aquellas iglesias medievales no estaban tan lejos del marketing moderno: entendían a su público, ofrecían una experiencia única, y construyeron una marca duradera en la mente —y el alma— de las personas.

