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Marketing y Lujo: entre la promesa de estatus y la exigencia de calidad

Para triunfar en el ámbito de las marcas de lujo, la calidad no es opcional: es una premisa fundamental

Por Redacción - 16 Mayo 2025

Reducir la estrategia de marca a una simple explotación del deseo de aparentar sería tan inexacto como ingenuo. Si bien es cierto que el lujo funciona, en gran parte, como una herramienta simbólica para proyectar estatus, identidad o aspiraciones sociales, la realidad es mucho más compleja.

Las marcas de lujo no venden únicamente productos, sino una combinación cuidadosamente gestionada de apariencia y sustancia. La calidad del producto y su capacidad para representar una narrativa deseada se entrelazan estratégicamente para construir valor percibido, exclusividad y fidelidad. A nivel psicológico, el lujo responde al fenómeno del consumo aspiracional. Numerosos estudios muestran que una parte considerable de las decisiones de compra en este segmento están motivadas por el deseo de pertenencia y validación social. Desde un bolso hasta un automóvil de alta gama, estos objetos se transforman en símbolos visibles de éxito y posición. Este efecto se refuerza a través de la inversión millonaria que las marcas destinan al storytelling y al branding emocional: las firmas de lujo construyen universos estéticos y simbólicos que van mucho más allá del objeto físico. En este sentido, la apariencia cumple un rol fundamental, no solo como elemento visual, sino como transmisor de una promesa de vida deseada.

El auge de las redes sociales ha amplificado esta dinámica. Influencers, celebridades y líderes de opinión se han convertido en catalizadores de deseo, proyectando estilos de vida donde el lujo se exhibe como parte natural de la identidad personal. El gasto global en marketing de influencers, que superó los 28 mil millones de dólares en 2022 según Statista, evidencia la importancia estratégica que ha adquirido la visibilidad digital para las marcas de alta gama. Las búsquedas online y el análisis de tendencias también confirman que la exposición mediática puede disparar el interés por determinados productos, especialmente cuando están asociados a figuras públicas o eventos de alto perfil.

No podemos afirmar que todo se basa en la imagen y sería ignorar la calidad como una parte esencial del ADN del lujo

La artesanía, los materiales excepcionales y la atención al detalle son fundamentos que no solo justifican los precios elevados, sino que también sostienen la reputación de las marcas a largo plazo. La experiencia del cliente, entendida como un todo —desde el diseño del packaging hasta el servicio postventa—, se apoya en la promesa de excelencia que debe cumplirse en cada interacción. Las marcas con trayectoria en el sector saben que, aunque la apariencia atrae, es la calidad lo que convierte a un comprador ocasional en un cliente leal. Esto se refleja también en fenómenos como el lujo silencioso, una tendencia en ascenso que valora la discreción, la autenticidad y la maestría por encima del logotipo visible. Este tipo de consumidor no busca exhibir, sino disfrutar de la exclusividad en clave privada. Aquí, la calidad se convierte en el principal diferenciador y en el verdadero motivo de compra, incluso por encima de la narrativa estética.

En términos de fidelización, la calidad tiene un impacto directo

Los productos que ofrecen una experiencia satisfactoria no solo generan repetición de compra, sino que construyen vínculos emocionales duraderos. Además, el mercado de reventa de lujo, en el que ciertos artículos no solo conservan sino que aumentan su valor, demuestra que la durabilidad, la manufactura impecable y la escasez siguen siendo activos fundamentales. La calidad, por tanto, no solo sostiene la marca a nivel reputacional, sino que se traduce en valor tangible a largo plazo.

Lo cierto es que la influencia relativa de la apariencia y la calidad en el marketing de lujo no puede medirse en porcentajes fijos ni conclusiones universales.

Cada marca negocia su propio equilibrio entre ambos polos, dependiendo del tipo de producto, del segmento de mercado y del contexto cultural. La percepción del lujo es intrínsecamente subjetiva, y el valor que un consumidor otorga a la visibilidad frente a la sustancia depende tanto de motivaciones individuales como de variables sociales y económicas.

Por ejemplo, marcas como Louis Vuitton o Gucci han construido gran parte de su atractivo global sobre una visibilidad reconocible, con logotipos prominentes y una fuerte presencia en redes sociales, apelando a un consumidor que busca proyectar estatus de manera inmediata y visible. En cambio, casas como Hermès o Bottega Veneta —esta última célebre por su política de "no logo"— apuestan por un lujo más discreto, donde la calidad de los materiales, la artesanía y la exclusividad silenciosa son los verdaderos sellos de distinción.

Del mismo modo, en el ámbito de la relojería, Rolex combina prestigio técnico con una fuerte carga simbólica, mientras que marcas como Patek Philippe o A. Lange & Söhne cultivan un perfil más reservado, apreciado por conocedores que valoran la complejidad mecánica por encima del reconocimiento inmediato. Estas diferencias reflejan no solo decisiones estratégicas de marca, sino también las expectativas de consumidores que, según su cultura, contexto socioeconómico o etapa vital, priorizan la apariencia, la herencia, la exclusividad o la durabilidad en proporciones variables.

Para triunfar en el ámbito de las marcas de lujo, la calidad no es opcional: es una premisa fundamental

Más allá del diseño atractivo o del marketing aspiracional, lo que verdaderamente sustenta el valor y la longevidad de una marca de lujo es su compromiso incuestionable con la excelencia en cada detalle del producto o servicio. En este sentido, la calidad no se limita a los materiales —aunque estos suelen ser de primer nivel—, sino que también abarca la artesanía, la innovación técnica, la experiencia del cliente y, en muchos casos, incluso el servicio postventa. Marcas como Brunello Cucinelli, por ejemplo, han construido su prestigio sobre una confección impecable y un enfoque ético en la producción, cuidando tanto el detalle del acabado como las condiciones laborales de sus artesanos. Grand Seiko, por su parte, combina precisión mecánica japonesa con acabados a mano que rivalizan con los de la alta relojería suiza, justificando así el valor de cada una de sus piezas.

Un reciente caso judicial en California ilustra hasta qué punto la exclusividad puede convertirse en una estrategia polémica: una pareja demandó a la marca Hermès por no permitirles comprar un bolso Birkin, alegando que la marca condiciona el acceso a este icónico accesorio al historial de compras previas en la tienda. Este control selectivo refuerza el aura de inaccesibilidad del Birkin —un bolso nacido en 1984 y fabricado artesanalmente con materiales excepcionales—, lo que no solo lo convierte en símbolo de estatus, sino también en un activo de inversión que puede alcanzar cientos de miles de euros en el mercado de reventa.

La estrategias del lujo sin calidad

Este es uno de los desafíos más debatidos en el mundo del marketing de lujo contemporáneo: la proliferación de marcas que buscan posicionarse como “lujosas” mediante estrategias centradas casi exclusivamente en la percepción, sin que exista necesariamente una calidad que respalde esa imagen. Este fenómeno se conoce a menudo como "lujo superficial" o "pseudo-lujo". Estas marcas intentan crear una falsa apariencia de lujosidad elevando artificialmente los precios, usando campañas de marketing aspiracional, colaboraciones estratégicas con celebridades o influencers, y un diseño visual impactante que simula los códigos estéticos del lujo tradicional. En muchos casos, los productos están fabricados con materiales de bajo coste, en procesos de producción en masa, y carecen del nivel de detalle, durabilidad o exclusividad que históricamente ha definido al lujo auténtico.

Un ejemplo claro de este enfoque se puede encontrar en algunas marcas emergentes del sector de la moda urbana o del streetwear que han adoptado precios de lujo sin que exista una calidad artesanal o un legado detrás. También ocurre en ciertos segmentos de la cosmética, donde productos con formulaciones estándar se venden en envases sofisticados y con precios desproporcionados, apoyándose más en la narrativa visual que en la eficacia real.

Este tipo de estrategias pueden ser eficaces a corto plazo, especialmente con consumidores jóvenes o menos informados que buscan símbolos de estatus accesibles.

Sin embargo, a largo plazo, este tipo de posicionamiento puede ser insostenible si la experiencia del cliente no cumple con las expectativas generadas por el precio o la promesa de marca. En muchos casos, estas marcas terminan cayendo en descrédito o se ven obligadas a reposicionarse. A diferencia de estas prácticas, las marcas consolidadas de lujo —como Chanel, Dior o Cartier— han logrado sostener su prestigio precisamente porque su imagen va acompañada de un compromiso histórico con la calidad, la exclusividad y la innovación, incluso cuando participan de las dinámicas contemporáneas de visibilidad digital o colaboraciones mediáticas.

A pesar de ello, algunas marcas con gran reputación en el lujo aprovechan su prestigio para lanzar líneas o productos más accesibles, que no necesariamente mantienen los estándares de calidad, exclusividad o artesanía que se esperan de su segmento más alto. Esto puede ser una estrategia para captar un público más amplio o adaptarse a nuevas tendencias de mercado, pero también puede generar críticas por diluir la esencia y el valor percibido de la marca. Por ejemplo, marcas como Michael Kors o Coach, aunque tienen raíces en el lujo, han desarrollado colecciones de productos más masivos y a precios más accesibles, lo que les permite expandir su mercado pero puede afectar la percepción de exclusividad. Además, algunas marcas de gran prestigio dentro del lujo aprovechan su reputación para vender productos más accesibles que no siempre responden a los estándares de calidad o exclusividad esperados.

Estos artículos, aunque llevan el nombre de la marca, pueden percibirse más como un símbolo de estatus que como una muestra real de lujo o artesanía. Por ejemplo, Carolina Herrera comercializa fundas para iPhone por alrededor de 60 euros, y Miu Miu vende horquillas rosas por más de 250 euros. Estos productos, aunque caros en términos absolutos, no necesariamente ofrecen una calidad o un diseño que justifiquen plenamente su precio desde la perspectiva tradicional del lujo.

Esta es la forma de entender que marketing de lujo no elige entre apariencia o calidad: articula ambas dimensiones como partes inseparables de una propuesta de valor sofisticada. La apariencia seduce, crea aspiración y comunica estatus. La calidad respalda esa promesa, aporta legitimidad y asegura la continuidad. En esa intersección entre lo tangible y lo simbólico, entre el deseo y la experiencia, es donde se juega la verdadera estrategia de las marcas de lujo.

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