Artículo Marketing deportivo

LaLiga pierde atractivo entre los jóvenes y afronta además una creciente crisis de reputación e imagen negativa

El incremento de precios en las suscripciones para ver los partidos ha reducido la base de aficionados capaces de afrontar el gasto

Por Redacción - 3 Septiembre 2025

La reputación de LaLiga atraviesa un periodo de profunda turbulencia, una coyuntura que se expresa en distintos ámbitos y que revela una desconexión creciente entre la institución y actores fundamentales del ecosistema futbolístico y social.

Durante el último año, la competición ha sido blanco de intensas críticas, no solo por decisiones cuestionadas en el terreno de juego, sino también por estrategias empresariales y jurídicas que han abierto un debate acerca de su vigencia, accesibilidad y capacidad de acercamiento a los aficionados. Este malestar no responde a un hecho aislado, sino a una sucesión de episodios que, encadenados, han debilitado la confianza tanto del público como de la propia industria. LaLiga, la que fuera símbolo de excelencia futbolística, se enfrenta ahora a percepciones que la señalan como un producto envejecido y hermético, sin reflejos suficientes para adaptarse a los nuevos hábitos de consumo digital y a las expectativas de generaciones más jóvenes. La rigidez de su modelo, sustentado en la defensa férrea de los derechos audiovisuales, ha chocado con una cultura dominada por la inmediatez y el libre acceso a la información.

Uno de los focos principales de la polémica reside en la ofensiva de LaLiga contra la piratería. Aunque proteger los derechos de emisión resulta un objetivo legítimo y crucial para la sostenibilidad económica de los clubes, la metodología aplicada ha despertado duras críticas. Las acciones legales que derivaron en bloqueos masivos de direcciones IP han afectado a miles de páginas y usuarios ajenos a la retransmisión ilegal. Este enfoque, considerado por muchos desmedido, provocó incluso que compañías tecnológicas de la magnitud de Cloudflare demandaran a LaLiga, denunciando que estas prácticas ponen en riesgo la noción de una internet abierta y universal. La confrontación judicial ha puesto en tela de juicio la eficacia de tales medidas, además de evidenciar el peligro de dañar a terceros inocentes en la defensa de la propiedad intelectual. A ello se suma la percepción de censura indirecta, que ha generado rechazo social y reforzado la idea de que la organización busca blindar un modelo de negocio que, a ojos de muchos, se ha quedado rezagado en su capacidad de transformación.

A este pulso por los derechos televisivos se añaden tensiones internas y decisiones deportivas que, con reiterada frecuencia, alimentan la percepción de un arbitraje parcial.

Las polémicas por jugadas determinantes, penaltis ignorados o goles anulados mediante el VAR se han repetido con insistencia en las primeras jornadas de la temporada. La creencia de que ciertos equipos resultan favorecidos o perjudicados de manera sistemática se ha instalado en la conversación pública, especialmente en redes sociales, donde se cuestiona la integridad del sistema arbitral.

El clima de sospecha se intensificó con episodios como la desconexión del VAR en un encuentro reciente, percibida por muchos no como un fallo técnico, sino como un signo de manipulación y opacidad. Pese a que la organización insiste en la imparcialidad de los árbitros y en la aplicación correcta del reglamento, la reiteración de estas polémicas ha erosionado la confianza de la afición, que ve comprometida la justicia deportiva y, en consecuencia, la credibilidad de la competición.

La postura de LaLiga frente a los escándalos de corrupción ha sido percibida por una parte significativa de la opinión pública como tibia y falta de contundencia. A pesar de los constantes esfuerzos de la organización por proyectar una imagen de integridad y transparencia, la gestión de casos de corrupción, especialmente aquellos que involucran a directivos o clubes de alto perfil, ha generado una serie de críticas que erosionan su credibilidad. La percepción general es que la entidad ha priorizado la protección de su imagen y la estabilidad del negocio por encima de la justicia deportiva y la aplicación estricta del reglamento.

Esta tibieza se ha manifestado en la ausencia de una respuesta rápida y contundente ante las denuncias de corrupción. En lugar de adoptar una postura proactiva y severa, la organización ha sido acusada de reaccionar de forma tardía, a menudo solo después de que los escándalos han sido revelados por la prensa o las autoridades judiciales. Esta demora ha generado la sensación de que LaLiga se ve arrastrada por los acontecimientos en lugar de liderar la lucha contra la corrupción, lo que alimenta la sospecha de que la cúpula directiva podría estar intentando minimizar los daños o encubrir las implicaciones de estos casos. Esta falta de determinación ha sido interpretada como una señal de debilidad y una contradicción con el discurso oficial de "tolerancia cero" contra las prácticas ilícitas. Además, se ha cuestionado la falta de transparencia en la comunicación de LaLiga sobre estos asuntos. En muchas ocasiones, la organización ha emitido comunicados genéricos o ha eludido responder a las preguntas directas de los medios de comunicación, lo que ha provocado una mayor especulación y desconfianza.

No menos relevante resulta el desafío que enfrenta LaLiga en su relación con las nuevas generaciones de seguidores.

Para un sector del público potencial, el campeonato se ha convertido en un producto costoso y poco accesible. El incremento de precios en las suscripciones para ver los partidos ha reducido la base de aficionados capaces de afrontar el gasto. Este modelo de pago, sumado a las fricciones con plataformas digitales y a la falta de formatos innovadores de consumo, ha derivado en un distanciamiento con el público joven. Mientras otras competiciones han sabido aprovechar el valor del contenido viral y las narrativas sociales, LaLiga ha persistido en un enfoque más tradicional, limitando su alcance y relevancia. Un informe publicado el 20 de mayo de 2025 la calificaba de producto obsoleto que incluso resta visibilidad a sus patrocinadores. La ofensiva contra la piratería surge como respuesta a esta pérdida de relevancia, pero, paradójicamente, las medidas aplicadas han incrementado la distancia con una audiencia que prioriza la libertad y la accesibilidad digital. El reto de la organización, por tanto, no es únicamente técnico o jurídico, sino también cultural y humano: recuperar el relato y recomponer la confianza de un público que se percibe cada vez más ajeno a la competición.

Es cierto que la reputación de LaLiga se encuentra bajo un asedio constante, manifestándose a través de una amplia gama de canales de comunicación. Esta crisis no se limita a las críticas en los medios de prensa tradicionales, donde periodistas y analistas debaten sobre las polémicas arbitrales o las estrategias de negocio de la organización. La narrativa negativa ha encontrado un terreno particularmente fértil en las plataformas digitales, donde la conversación es más inmediata, virulenta y descentralizada. En plataformas como X, Instagram, TikTok y YouTube, la crítica se vuelve más masiva y menos sesgada que las crónicas de algunos medios tradicionales. Los aficionados y creadores de contenido utilizan memes, videos cortos y hilos de texto para expresar su frustración de manera ingeniosa y, a menudo, implacable. La viralidad de este tipo de contenido asegura que un solo incidente, como un error arbitral o una declaración polémica de un directivo, se propague rápidamente y se convierta en una tendencia global.

En paralelo, la imagen de LaLiga se ha visto igualmente debilitada en el escenario internacional, afectando su prestigio como una de las competiciones de referencia.

La percepción de un arbitraje controvertido y las polémicas recurrentes en los partidos han traspasado fronteras, convirtiéndose en tema de discusión en medios deportivos europeos y latinoamericanos. Esta inestabilidad arbitral no solo afecta a la credibilidad ante la afición local, sino que proyecta una sensación de falta de rigor y profesionalidad a escala global. Los aficionados internacionales, habituados a estándares más estrictos en otras ligas, contemplan una competición ensombrecida por la sospecha, lo que disminuye su capacidad de competir en atractivo frente a torneos como la Premier League o la Bundesliga.

La estrategia de comunicación y marketing de la competición tampoco ha escapado a las críticas. Pese a los intentos de expandir la marca en nuevos mercados, la organización ha sido cuestionada por centrar su narrativa en conflictos legales, como el pleito con Cloudflare, en lugar de destacar el talento de sus futbolistas y el valor deportivo de sus partidos.

Este enfoque ha generado la percepción de una entidad más cercana a un despacho jurídico o a una empresa tecnológica que a una liga de fútbol. La atención mediática se ha desplazado de las proezas deportivas a las controversias en los tribunales y las redes sociales, lo que ha reducido el atractivo de la competición en el exterior.

La ausencia de figuras icónicas como Lionel Messi o Cristiano Ronaldo ha mermado el brillo global de LaLiga. Aunque la organización defiende un relato basado en la fuerza colectiva y la competitividad general, la falta de estrellas de dimensión planetaria ha restado magnetismo a su propuesta. Este factor, sumado a las tensiones con los clubes y a la rigidez de un modelo de negocio poco flexible, ha consolidado la percepción de una competición en retroceso, que ya no representa el epicentro del fútbol mundial y que lucha por recuperar el prestigio que alguna vez la distinguió.

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